La primera vez que me puse de pie en una tabla de surf fue
una mañana de invierno, a las siete de la mañana, a cinco grados, en una playa
solitaria. Las olas estaban muy ordenadas y sin viento.
Después de intentarlo una docena de veces llegó el momento
de la verdad, de entrar en el agua e intentarlo.
El ponerme de pie en una tabla de surf era un sueño que
llevaba escondido dentro de mí desde
mi juventud y por fin este sueño podía convertirse en una realidad o en
un sueño inalcanzable.
Un día sin olas había entrado y había aprendido a remar y a
sentarme en la tabla.
Entré, me senté, esperé y fracasé en la primera ola y en la
segunda y en la tercera y en la cuarta, pero no en la quinta….En esta me
deslicé suavemente sobre la ola y me sentí la diosa del mar. Abracé la tabla, la bese y lloré ¡Había conseguido
mi sueño! No me he vuelto a separar de mi tabla de surf.