La primera semana de agosto, como típicos turistas, nos
fuimos hacia Asturias. Siempre es un placer hacer esta ruta en coche ya que hay
poco transito y se ameniza por la diferente tipología paisajística. Es emocionante
ver las primeras crestas montañosas de Igay, el asomo al Cantábrico.
Esta vez tuvimos poco mar y solamente un día lo dedicamos al
surf. El día que se iniciaba Raúl, el novio de
Júlia.
Nuestra intención era surfear en Salinas. No estuvimos muy
pendientes de las mareas, pues la marea alta, que es la que a mí me gusta en
esa playa, era al amanecer. Al ver los cerrotes
que había decidimos que Raúl no se podía iniciar con semejantes olas. Nos
dirigimos a San Juan esperando encontrar algo más pequeño y adecuado ¡No
tuvimos suerte! Las olas, de un buen metro, levantaban sus crestas amenazantes y
las dejaban caer todas de golpe. Una ola me centrifugó unas cuantas veces.
El pobre Raúl pensó que eso del surf era muy peligroso, alegó
ver alguna de cerca que metía miedo al pánico. Fue un día que pocas cosas le puedes
enseñar a un principiante, deslizarse
con alguna espuma orillera lo máximo. Vio qué el surf no es fácil.
El resto de los días los dedicamos a un par de guapas
excursiones. Ascendimos a Pico Pienzu atravesando el centenario hayedo de la
Biescona, un lugar mágico en el que con un poco de imaginación ves corretear las
ninfas entre las hayas. Al día siguiente hicimos la ruta del desfiladero de la
Xanas. Una antigua senda tallada en la roca que te va adentrando en un
impresionante desfiladero con el río de las Xanas a los pies. Insuperable
paisaje si el vértigo te deja mirar…¡Para mí fue una prueba de superación!
El exquisito cóctel de familia, mar y montaña convierte a
Asturias en uno de mis lugares favoritos ¡Le tendremos que poner una estrella!