Otra de mis facetas en las que el surf ha sido significativo
fue cuando pasé mi cáncer de mama. La familia
fue mi gran pilar y mi otro gran aliado fue
el surf, el mar.
Un día, a finales de
junio del 2012, surfeando sola en uno de mis spots favoritos, tenía calor y me
quité el neopreno. La parafina me dañó el pecho y al palpármelo descubrí un
bulto que resultó ser unos de los
cánceres más agresivos que se conocen.
Por pura casualidad leí un artículo en Internet de la reina
Makaha, una hawaina pionera del surf femenino y diagnosticada a los 32 años un cáncer de mama muy avanzado.
Ella durante la quimioterapia siguió compitiendo y luchando.
Si ella podía competir en Hawái yo podía seguir surfeando
nuestro medio metro mediterráneo. Encontré mi meta para luchar. Sin la familia
no hubiese tenido valor para entrar ni a la sala de quimioterapia ni a la de
radioterapia y tampoco hubiese tenido la constancia de los cinco años de
tratamiento hormonal. De allí salía pensando que me iba al mar, a
surfear si había olas o simplemente a nadar y
tomar un chupito de agua de mar, que me quitaba el mal gusto de la
quimioterapia. Al ser invierno conseguí muchos días de olas ¡hasta la calva la tenía
morena!
Fue una experiencia dura, pero descubrí el poder que puede
ejercer en mí el surf ¡ni un solo día falté a mi cita con las olas!
Hoy, 27 de enero del 2018, casi seis años después de
descubrir mi bulto, acabo el tratamiento hormonal y puedo dejar de lado ese temido
cáncer, pero espero no olvidar jamás todas sus enseñanzas, todas las
aportaciones positivas que esta experiencia me ha aportado.