Establecimos contacto con Pedro,
de Famara Surf. Él nos proporcionó alojamiento, coche y cuatro horas de surf
diarias con Jimmy, un ex pro canario.
Cogimos unos días de buen tamaño
en Famara. Las primeras dos horas nos dejaba surf libre y nos conformábamos con
la ola que se formaba a media playa que ya tenía un buen metro largo. Las siguientes dos horas entrábamos con él al
pico. Éramos un grupo reducido de
cinco personas con un nivel intermedio.
Como profesor nos enseño unos principios básicos muy importantes en el surf. Él
nos decía:”si tu quieres entrar, entrarás” y nos repetía que para entrar
teníamos que aprovechar un momento de
calma y remar como si nos fuera la vida en ello. Daba mucha seguridad en el
agua saber que él nos vigilaba. Nos hablaba mucho sobre las corrientes de la
playa y qué hacer si nos enganchaba una. También nos dio la opción de levantar
un brazo para pedir ayuda, como sucedió en varias ocasiones con un miembro del
grupo.
Surfeábamos en la parte
centro-derecha de la playa, allí había una potente corriente que te arrastraba
hacia la isla Graciosa. Un día de olas grandes me despisté en el pico y me
arrastró esta poderosa corriente. Tenía miedo ya que cada vez estaba más lejos
de la costa y era de esos días que costaba coger una ola. Estaba a punto de
levantar el brazo para pedir ayuda cuando apareció una ola inmensa, que abría
perfectamente hacia la izquierda. Pensé que ésta era mi oportunidad. La remé
con recelo, con temblor en las piernas, pero con decisión me levante en la
tabla. Bajando la pared de la gran ola me dediqué a repasar los consejos que,
durante muchos años, me había dado mi hijo Joan y también en los de Jimmy, para
no caerme ¡Lo conseguí! Espero no tener que volver a remar una ola así, pero
siempre mantendré el recuerdo, con mucho orgullo, de lo que significo para mí esa
gran ola, el deslizarse por esa descomunal
pared de agua.
La hazaña no acabó aquí. Cuando
me acercaba hacia la orilla, para recibir las felicitaciones de mi profesor, vi
que una chica perdía su tabla y se quedaba al amparo de las grandes olas ¡Tenía
cara de pánico! Esperé a ver si alguno de los socorristas entraba con la moto a
rescatarla, pero no fue así y por lo tanto decidí volver al pico para ayudar a
la chica. Llegué dónde ella estaba y le dije que se sentara conmigo en mi
tabla. Poco a poco salimos las dos remando. Una vez en tierra la chica me
abrazó con los ojos llenos de lágrimas. Un abrazo de esos tan sinceros y que se
quedan en el corazón para siempre.
Surfear con Júlia es uno de los
placeres más grandes que la vida me ha proporcionado, como ya sabéis adoro
surfear con mis hijos. Esos días fueron muy importantes para mí tanto por el
surf como por la convivencia con mi hija. Por las tardes hacíamos turismo por
la isla y cenábamos casi siempre en Famara, en un restaurante a pie de playa, ya que las cuatro horas de surf se notaban en el cuerpo.
La Santa |
El resultado de este viaje fue
muchas horas de estar con Júlia, mucho surf, con un buen profesor, y enamorarme
de Lanzarote.