En un mar glassy, como una balsa de aceite, iban entrando unas olas perfectas. Entré en el agua con una sonrisa de oreja a oreja y estuve surfeando dos buenas horas hasta que el viento deshizo el hechizo. Eran todas de izquierdas, las de derechas no se dejaban o yo no las supe surfear.
Aparte de las buenas olas, observé, mientras esperaba la serie, que estaba rodeada de bancos de peces y entre las aguas cristalinas reconocí a las lisas y a las lubinas. Por encima de mi cabeza volaban algunas cigüeñas, gaviotas y cormoranes y al salir del agua, en la arena, aún se apreciaban las recientes huellas de los gamos.Esas dos horas que disfrutamos de este paraíso fueron de una belleza máxima, casi indescriptible, sobre todo si valoramos la proximidad.
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